Lo barato sale caro: Canadá entre las cuerdas

October 01, 2025 at 5:35 AM
Antonio García-Amate
El Periódico de la Energía Energy_News Renewable procurement & markets ✓ Processed ES

Summary

El país norteamericano debe coger el toro por los cuernos y ejecutar una política energética sin complejos: explotar sus recursos con estándares propios, reducir la dependencia de Estados Unidos y abrir mercados en el Pacífico y más allá.

<p><img alt="Instalaciones de Canadá-Upstream. - FOTO: Repsol" src="https://cdn.elperiodicodelaenergia.com/2022/07/243185.jpg" /></p><p><strong>Canadá</strong> presume de superpotencia petrolera, pero su talón de Aquiles es evidente: depende de un solo cliente. El año pasado produjo en torno a 5,7 millones de barriles diarios y envió unos 4,3 millones a Estados Unidos. Con la red actual de oleoductos, si Washington quisiera, podría cerrar el grifo y el crudo de Alberta ni siquiera alcanzaría puntos clave de consumo en Canadá —Ontario, por ejemplo—.</p>
<p>Es más, algunas fuentes señalan que más de la mitad de la población no dispone de verdadera seguridad energética: acceso fiable y asequible a la energía, sin interrupciones. Durante décadas, Canadá vivió “cómoda”, confiando en su vecino del sur. Hoy, entre amenazas arancelarias y pulsos geopolíticos de la administración Trump, esa comodidad se ha vuelto frágil.</p>
<p>La respuesta obvia es <strong>diversificar exportaciones</strong>, y por fin se ha instalado como prioridad. Alberta explora un acuerdo de cooperación con Japón para vender hasta dos millones de barriles mensuales de crudo pesado, y Asia aparece como destino natural de esa estrategia. Europa, de momento, no: faltan estructuras de salida en la costa este, mientras que el músculo exportador está en el Pacífico, donde se concentran las reservas y las nuevas conexiones. De hecho, <strong>se trabaja en expandir la red desde Alberta hasta la costa del Pacífico para intensificar embarques hacia China, Japón o Corea</strong>, una vía que ganará mayor atracción si continúa el pulso arancelario.</p>
<h3>Dudas</h3>
<p>Pero nada de esto ocurrirá sin inversión y confianza. Hacer crecer el sector y volverlo atractivo a ojos de capital internacional exige nueva infraestructura —oleoductos, gasoductos y terminales— y algo igual de importante: certidumbre regulatoria. La maraña burocrática canadiense ha retrasado permisos durante años y, en la práctica, ha funcionado como tope a proyectos energéticos. El resultado es paradójico: <strong>uno de los países con mayores recursos del planeta sigue sin desplegarlos plenamente</strong>, con costes potenciales sobre su tejido productivo y sus finanzas.</p>
<p>La “solución barata” de comprar más fuera para ahorrar emisiones en casa es, en realidad, una trampa. Solo en 2022, cerca del 80% de los productos refinados consumidos en Canadá provinieron de Estados Unidos. Si el vecino “cerrara el grifo”, las principales ciudades sufrirían desabastecimientos de combustibles y derivados. La opción más barata deja de serlo cuando el riesgo geopolítico es estructural. Basta una amenaza de arancel del 10% al crudo canadiense que entra en EE. UU. para disparar la ansiedad del sector: inversión y empleo reaccionan al instante.</p>
<p>La respuesta estratégica no puede ser esperar a que baje la marea, sino reducir exposición. Desvincularse gradualmente de un cliente único antes de que se convierta en un socio impredecible se convierte en una política de riesgo responsable. Trump puede agitar mercados a golpe de tuit; la economía canadiense no puede vivir pendiente de ello. La pregunta es obvia: ¿qué está haciendo Canadá para evitar esto?</p>
<h3>El gas natural licuado</h3>
<p><strong>El Gas Natural Licuado (GNL) es la es una de las mejores alternativas por el cambio</strong>. El 30 de junio salió el primer envío de GNL a mercados internacionales desde <em>LNG Canada</em> (consorcio de varias compañías internacionales), en la costa oeste. La Fase 2 aspira a duplicar la capacidad hasta 28 millones de toneladas anuales, y el proyecto está arropado por la <em>Major Projects Office</em> del gobierno liberal de Mark Carney, diseñada para simplificar condiciones y acelerar plazos.</p>
<p>La apuesta ya atrae miradas al norte: con inventarios de calidad menguando en el <em>Permian Basin</em>, productores e inversores estadounidenses vuelven la vista al <em>Montney</em> canadiense, un yacimiento masivo, competitivo en costes y rico en recursos. El GNL puede actuar como imán de capital y como puente hacia nuevos compradores en Asia y Europa.</p>
<p>Ahora bien, conviene no autoengañarse. <strong>La competencia global en GNL es feroz: Estados Unidos lidera, y detrás empujan Catar y Australia</strong>. Los costes cuentan, y en Canadá pesan más: producir mil millones de pies cúbicos puede rondar los 24 millones de dólares, frente a unos 15 millones en los que se estima la media mundial. Además, el procesamiento y la logística son más complejos, como ya ocurre con el crudo pesado. Y está el frente ambiental: aunque el gas emite menos en combustión que el carbón o el petróleo, la cadena completa —incluidas fugas de metano— suma.</p>
<p>Las voces más críticas advierten que una explotación intensa del <em>Montney</em> tensaría los objetivos climáticos. La respuesta no es la parálisis, sino la acción: regulación clara, control estricto de fugas, captura y almacenamiento de carbono donde sea viable, eficiencia energética y electrificación de la infraestructura son algunas de las claves que pueden mitigar el alto impacto ambiental.</p>
<p>En definitiva, <strong>Canadá debe coger el toro por los cuernos y ejecutar una política energética sin complejos</strong>: explotar sus recursos con estándares propios, reducir la dependencia de Estados Unidos y abrir mercados en el Pacífico y más allá. Eso implica más infraestructura, nuevos destinos, inversión para recortar costes y una reducción de la burocracia que permita acelerar los permisos. La independencia energética no es gratis, pero el coste de la vulnerabilidad es mayor. Producir <em>in house</em> con reglas propias, tiene más valor que importar barato y “lavarse las manos”. La secuencia es clara: invertir, perforar y embarcar. ¡Ahora!</p>
<p><em><strong>Antonio García-Amate trabaja en el Departamento de Economía y Empresa en la Universidad Pública de Navarra.</strong></em></p>

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